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29 de junio de 2015

posted at 12:32 a.m.

Mi política de vida me impidió decirte cuanto te quería. A veces pienso que te amé; sí, que te amé intensamente como nunca he amado a nadie, pero por supuesto tu nunca lo supiste porque estabas lejos y porque yo consideré que dadas las circunstancias era mejor que no lo supieras. Quizá siempre estuvimos lejos y yo te vi tan cerca.
No voy a culpar a nadie más que mí y mi poca obstinación con las personas verdaderamente importante; porque me culpo, sí, a mi y a mi fatalismo, a mi a is inseguridades, a mí y a mi creencia de que las personas somos seres completos. Pero escribo esto apenas lo siento, porque no quiero olvidarlo; aunque las cosas claramente no pasaron como yo hubiese querido, y aunque ahora siento las lágrimas en mi cara, de rabia y tristeza, sobre todo de tristeza; también las hay de alegría y gratitud; porque despertaste en mí sentimientos que nunca me habían habitado, porque me tuviste horas pegada al teléfono celular, el corazón expectante y porque me diste la determinación de decir "aunque me demore los cinco años de carrera, voy a enamorar a este hombre". Quizá esa determinación ya está por los suelos, pero eres y serás importante, porque fuiste el primero que me hizo llorar por amor, que me rompió el corazón (y nunca lo supo) y que me tuvo horas llorando y maldiciendo a la vida y a mi propia existencia.
No culpo a nadie más que a mí, pero te doy las gracias por haberme regalado estos sentimientos tan preciosos y genuinos, porque te quise, te quise de verdad como nunca esperé querer a nadie. Rompiste mi coraza y me diste la oportunidad de querer con el alma, de conversar largo y tendido, de despertar por responder tus mensajes. Por todo eso te agradezco desde lo profundo de mi corazón.
Y te libero, te libero de mis pretensiones de monopolizarte, te libero de mis sentimientos, te libero de mi puta existencia, y espero que seas realmente feliz.