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Diego salía todas las tardes a caminar por la plaza. A hacer fotos extrañas con su vieja -y amada- cámara. A veces se llevaba un buen libro, otras, se llevaba una manta y se extendía en lo infinito del verde suelo. Le gustaba acariciar el césped con sus manos. Sobre todo cuando hacía frío y el césped estaba cubierto por una fina escarcha de hielo. En la ciudad de Santiago nunca nevaba, y eso era lo más parecido a la nieve que un santiaguino pudiese alguna vez acariciar. Le gustaba fotografiar flores, el césped escarchado, los animales, y nunca tenía problemas de timidez para preguntarle a algunas personas si podía fotografiarlos. "Disculpen, es que se ven tan bien así; es arte ¿Me permitirían una foto?". Todos conocían ya a Diego, y  todos le daban el sí, esperando el momento en que el chico revelase las fotografías y las compartiera con ellos. Diego no tenía problemas en hablar con la gente, excepto con la chica de las miradas chispeantes. Con la chica de los grandes ojos verdes. La chica de anteojos de marco negro, la de los rizos pelirrojos, la de las ropas de colores. La chica que se sentaba en el suelo y desplegaba  mil libros y papeles de colores que sacaba de su bolso. La  que sacaba el block de dibujo y el lápiz que yacía detrás de su oreja llena de finas argollas de plata. La chica de mirada absorta y cálida.
Siempre la fotografiaba. Tenía su cuarto lleno de fotos de ella. Era una modelo innata. Diego nunca le pedía su consentimiento, y siempre la fotografiaba cuidadosamente a hurtadillas. La chica, rara vez se daba cuenta, y cuando lo hacía, sonreía tímidamente y levantaba la vista. Diego la adoraba.
   Le encantaba la idea de poder hablarle, de poder preguntarle siquiera el nombre. Pero enseguida, desechaba aquellos pensamientos que además, tanto lo aterraban. Quisiera él sentarse a su lado, escuchar su voz -él sabía que era la más dulce del mundo- por horas y horas. Hablar de literatura, de cine, de arte, del clima, de la escarcha del césped, de la nieve que tan ingrata, nunca se dejaba caer en Santiago de Chile.

    El flash de la cámara apenas se hizo notar cuando la chica levantó la vista, y él, tímidamente la saludó con un ademán de asentimiento. Ella dejó el block de dibujo a un lado y le llamó con la mano. Diego se paralizó, pero en seguida acudió al llamado. Dios, si el mundo se va a acabar, que se acabe en este mismo instante por favor, pensó.
-Hola-apenas dijo ella con su fina, dulce voz-
-Hola-pudo apenas replicar Diego en un susurro-
-Veo que me tomas muchas fotos. Supongo que debe gustarte mi cara de idiota mientras dibujo; pero es que tu nunca te has visto tu cara mientras fotografías algo. Mira-la chica de ojos verdes le mostró el último dibujo de su block, que lo mostraba a él, agazapado con la cámara entre sus manos. Río inevitablemente al ver su cara en aquel dibujo.
-¿A sí?-dio riendo- pues tu cara no es mejor que esta.

Hasta el día de hoy, no dejan de hablar. Y de besarse.