Sarah acababa de llegar a la ciudad. Habían huido del frío de Frutillar hasta llegar a la capital de Santiago. Había venido toda la familia, su padre había conseguido un buen empleo impartiendo clases en una gran universidad. Su madre había dicho que sí; sus hermanos se habían quejado en vano. Y ahí estaba ella, ordenando cajas , desembalando cosas. Desenterrando tesoros perdidos y descubriendo cosas nuevas y ya olvidadas. Esto de cambiarse de casa era toda una aventura.
Ordenó su cuarto; sus libros, su carpeta con dibujos, su ropa, sus muchos sombreros y sacó su cámara fotográfica; la que nunca falla, la que inmortaliza momentos, almas y sonrisas.
-Mamá-dijo bajando las escaleras-creo que voy a salir. Quiero conocer un poco de la ciudad.
-Está bien, ten cuidado.
   El panorama que ofrecía Santiago a las 19:00 hrs. era espectacular. El cielo comenzaba a oscurecer en matices azules y anaranjados. Sarah caminó por las diversas calles de providencia hasta llegar a una pequeña plaza. Inmortalizó con su cámara el paso del otoño en los árboles, las aves volando entre las ramas, los enamorados mirándose uno al otro, y por último a un gato; pequeñito y de color atigrado, que se estiró de regocijo y hasta pareció sonreír al momento de inmortalizar su imagen.
-Jonas, ven aquí- el llamado se escuchó cerca, y el pequeño gato corrió hasta llegar al dueño de la voz. Se trepó por el pantalón del chico y se acomodó en su pecho. Sarah levantó la vista, y aquel chico sonrío de manera automática al ver su rostro. Sarah quedó impactada: el chico era bajito y musculoso, de ojos cafés y el cabello ondulado, un rostro armonioso y bello, que volvió a sonreír y luego se marchó.
  Quiso inmortalizarlo, fotografiarlo, quiso saludarlo, quiso hacer tantas cosas que no hizo. Guardó la cámara. El cielo ya se había teñido de negro, volvió a casa antes de no encontrar el camino de vuelta. Bebió una taza de té y se metió a la cama.
Quiso dormir, mas no pudo, quiso soñar con mundo paralelos, mas le fue imposible. Pasó toda la noche pensando en aquel gatito llamado Jonas, en su dueño de ojos dulces y mirada profunda. Pensó en aquel extraño que le había sonreído sin ningún motivo, en aquel extraño que había querido fotografiar, en aquel hermoso extraño, amante de los gatos. En aquel extraño que no dormía por la noche, mientras pensaba en ella, en aquel extraño que solo quería volver a verla, en aquel extraño que no podía pensar en otra cosa que no fuera el rostro de Sarah.
  Tomó luego la decisión; iría otra vez al parque mañana. Quería hacer de él su lugar favorito, quería ver a Jonas, y estaba segura que aquel extraño dejaría de ser un extraño.

Etiquetas: Desafío

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